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Cuentos

Metropolitanos

 

Lo Más Normal Del Mundo

 

—¿Cómo pueden sacar fotos de gente tan fea?

—¿A ti qué? Si no te agradan, no las veas.

—¡Oye! Yo compro el periódico para ver lo que sucede en el mundo, no para estar desconcertando mis conexiones nerviosas con imágenes tan horribles.

—Esas personas ni están tan feas.

—¡¿Qué?! ¿Te identificas con ellos, verdad?

—Sólo digo que no deberías de hacer tal escándalo sólo por que en el periódico saquen esas fotos. Al fin y al cabo es la sección de sociales.

—Sí, pero esta gente lo último que podría ser es social.

—Bueno, ¿qué?, vas a mandarles una queja diciendo: "Estimado director: Apreciaría mucho si de hoy en adelante no publicaran fotos de personas enseñando dientes mayores a 1.5 centímetros de longitud, ya que altera mi sensibilidad. Atte. Don Odilón Gómez."

—Mira, Tadifa, que te la estás buscando.

—¿O qué otra cosa podrías hacer? ¿Otra manifestación, como cuando tú y tus amigotes bloquearon Insurgentes para protestar por la escasez de días festivos y puentes que había?

—Pero tú tienes que discutirme de todo, ¿verdad?

—Sólo en lo que no estoy de acuerdo contigo.

—Por eso, en todo. No lo puedo creer, hace casi veinte años, cuando me casé contigo, ¿cómo podía imaginarme que te ibas a convertir en la bruja chismosa que eres hoy?

—¿Y yo cómo podía imaginarme que el galán que me sedujo y embarazó fuera a desarrollar una panza mayor a la de una manatí con once meses de gestación y se convirtiera en un alcohólico parrandero que lo único que sabe hacer en las noches es pedorrearse hasta casi asfixiarme? ¡Patán! Eres un bueno para nada.

—¡Pero si tú…!

—Hola Mamá, hola papá.

—¿Qué horas son estas de llegar, Secundina?

—Pero si apenas son las ocho y media, papá.

—No es tan tarde, viejo.

—Y tú no la defiendas. Te fuiste con el haragán ese del Chacote, ¿verdad?

—No le digas así, papá.

—¿Con ese vago? No lo puedo creer. Desde que te parí te he educado para que te cuides de patanes como este…

—No soy un patán.

—…y ahí vas de babosa.

—Pero si es mi novio.

——¡¡¡¿QUÉ?!!!

—Vas a ver la que te voy a dar, escuincla nalgas guangas.

—Noooo, la que te la va a dar soy yo, para que no andes de cola floja.

—Buenas noches…

—¿Ves? Tú tienes la culpa. Nunca le compraste esa Barbie que tanto quería.

—No me eches la culpa. Tú la traumaste peinándola como Heidi. Ven aquí, escuincla.

—No.

—Dime, ¿qué tanto has hecho con ese?

—¿Qué te importa?

—¿Cómo que qué me importa? Si tú eres mi semilla en este mundo. Eres mi orgullo. Me importa todo lo que te pase, hija.

—Bueno, pues ya que te importo, me voy el fin de semana a Cuautla.

—¡¿Con ese?!

—Sí. Un amigo suyo tiene casa allá y va a hacer una fiesta.

—Hija mía, ¿sabes lo que sucede en esas fiestas? Va a tratar de emborracharte y seducirte. Así son todos los hombres.

—Nunca ha necesitado emborracharme…

——¡¡¡¿QUE QUÉ?!!!

—Pues sí, ya me le entregué.

—Pero…¿qué va a decir la gente?

—¿Y qué es lo que hace la gente? Lo que hice es lo más normal del mundo. Todos lo hacen, hasta ustedes lo hicieron, no se hagan. No sé porqué le ponen caras feas al asunto.

—¡Esto es inaudito! ¡Me voy a aventar por la ventana!

—¡Noooo! ¡Yo me voy a aventar por la ventana!

—¡No, yo…!

—Lo más normal del mundo.

 

Las Necesidades

 

—Ay, no sé, me da pena.

—¿Por qué? Ándale, vamos, Secundina.

—Bueno.

El Chacote y yo nos dirigimos al Motel Pum Pum.

Miro las plantas del vestíbulo mientras él pide el cuarto.

Se lo dan. Es en el tercer piso. Subimos en el elevador. Otra pareja va llegando al motel mientras se cierran las puertas del elevador. Su facha no me dice nada bueno de la clase de gente que ronda el Pum Pum.

Entramos al cuarto. Parece que el decorador era un taxista de Durango. El peluche café, el tapiz con flores ridículas decolorado por el sol y con manchas de humedad. La alfombra… parece que mataron a alguien aquí.

El Chacote se encuera y me quita la ropa.

Termina demasiado pronto y ya que se satisfajó, se mete al baño.

No me desagradó, pero dejó mucho qué desear.

Nos vestimos de nuevo sin bañarnos, ya que no me llama la atención la idea de siquiera pisar el baño.

Salgo del cuarto primero, y entonces lo veo, entrando al cuarto que está a dos puertas del nuestro.

—¡Papá!

—¡Secundina!

Se oye desde adentro del cuarto:

—Odilón, ma biscuit , ¿qué pasa?

En eso, la persona que ya estaba en el cuarto sale al ver la expresión de su cara.

—Nada, cariño. ¿Se puede saber qué demonios haces aquí? —En eso sale El Chacote del cuarto. —¡¿Y con el Chacote?!

—Buenas tardes, señor.

—Buenas te voy a dar… Asaltacunas. Destrozavírgenes…

—¿Y tú qué haces aquí con tu secretaria?

—Este… yo… no…

En eso se abre la puerta del cuarto que está entre nuestro cuarto y el de mi papá.

—¡Doña Arúgula!

—¡Abuelita!

Sale acompañada del cuarto por don Ata, el carnicero.

—¿Y ustedes qué hacen aquí? A usted le debería de dar vergüenza, teniendo a mi hija sola y abandonada en casa, y viniendo aquí con callejeras.

—No…

—¡Cállese! Y tú hijita, deshonras el nombre de la familia al sólo cruzar el umbral de este edificio. ¿No te da vergüenza?

—¿Y usted, abuelita, qué hace aquí?

—Bueno, soy una mujer y tengo necesidades…

El Chacote dice:

—Bueno, creo que aquí todos somos seres humanos con necesidades, así es que mejor nos olvidamos de todo.

—Mi hija va a saber de esto.

—En primera, no me importa, porque ha de estar haciendo lo mismo con el cartero, y en segunda, a don Eustaquio sí le gustaría enterarse de sus andanzas.

—¿Y cómo se enteraría?

—Puedo contratar a un psíquico. Nunca se lo perdonaría el espíritu de don Eustaquio. Recuerde sus últimas palabras…

El Chacote y yo nos alejamos, dejando a mi papá, su secre, mi abue y don Ata discutiendo sobre su moral.

No sé porqué hacen tanto pancho. Como dijo El Chacote, todos tenemos necesidades.

 

El Tío Escorbuto

 

—¿Quién eres tú para juzgarme?

—Un juez.

—No, pero no puedes juzgar mi vida, tío. No eres nadie para juzgarme. Nadie es alguien para juzgarme. Sólo yo.

—Pero, Secundina…, es que es inconcebible.

—Es lo más normal del mundo, tío Escorbuto.

—¿Pero cómo vas a salir a la calle en esas fachas? ¿Qué va a decir la gente?

—Que la gente diga lo que quiera. Es MI vida. Te digo que no son nadie para juzgarme.

—En mis tiempos…

—En TUS tiempos. Estos son MIS tiempos y yo hago lo que se me da la gana.

—Pero si enseñas todo…

—Pues para eso están. Para enseñarse. No voy a enclaustrar mi cuerpo ahora que es joven y lo puedo enseñar. Con los años no me va a quedar nada. Se marchita. Carpe diem.

—Tú cuerpo no se marchitará.

—¿Ah, no? ¿Y que me dices de mi tía Eutanasia?

—No te metas con mi mujer…

—Entonces no digas que un cuerpo no se marchita.

—Pero eso no justifica que salgas a la calle casi encuerada.

—No me importa.

Dín-don.

—¿Quién es?

—Es el Chacote. Viene por mí. Le dices a mi padre que a ver cuándo regreso.

—Pobre de mi hermano…

—Buenas, buenas… ¡qué buenas!

—Hola Chacote.

SMACK.

—Buenas noches joven. Secundina, ¿no sabes dónde estará tu padre? Él tiene que impedir esto.

—O en la cantina "El Pozo sin Fondo" o en el Pum Pum.

—¿En el Pum Pum…?

—Olvídalo, tío.

—Sexy Sec. ¿Me prestas tu baño?

—Bueno pero apúrate que se nos hace tarde.

—No se nos hace tarde. Hacemos media hora de aquí a Cuautla. Con permiso.

—¿A Cuautla? ¿A Cuautla Secundina?

—Sí…

HBRDGHRFHRARGH.

—¡¿Pero qué pasa?! Tu amigo acaba de sacar el duodeno.

—No es nada. Ya se le pasará.

JHRAAJKRGHADGHRDF.

—¡Llama a una ambulancia!

—No te azotes, tío.

—Eh… disculpe don Escorbuto, pero ya le ensucié tantito el baño.

—Veamos qué hiciste…

—Tienes un poco en el cachete.

—Oh, gracias.

—¡¡¡¿Tantito?!!!

—Mejor ya vámonos, Chacote.

—Buenas, don Escorbuto. Me saluda a doña Eutanasia.

—¡Vuelvan aquí y limpien este establo de Augías!

—Adiós, tío.

—¡Pero qué juventud, Dios mío!

 

Picas Pelas

 

——¡Buenas noches a todos!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Hoy, en Picas Pelas, tenemos muchas sorpresas para ustedes.

—Como siempre, nuestro tradicional "Agarren al Puerco".

—Como invitados tenemos a la banda Los Toyitos.

—También viene la Sonora de Sonora.

—Y muchas sorpresas más…

—Pero antes…

—que nada.

—Tenemos…

—"Sobreviva al Microbús"

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Y la concursante de esta noche es…

—¡Tadifa Gómez!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Ay, ¿yo?, no lo puedo creer.

—Venga señora, y prepárese para…

—¡Sobrevivir al Microbús!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Ay, ay, qué emoción.

—Mientras preparan el microbús, señora Tadifa, ¿quisiera decir algunas palabras?

—Pues quisiera mandar muchos saludos a mi familia, a mi mamá, al cartero don Pistache, a mis vecinos, y a toda la colonia.

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Bueno, doña Tadifa, supongo que ya sabe las reglas del concurso.

—Sí, sí. Nunca me pierdo el programa.

—Bien, pero para nuestros amigos en casa que no las recuerden aquí van de nuevo.

Clap. Clap. Clap. Clap.

¿Clap. Clap. Clap. Clap?

—Tiene que subirse al microbús con dos bolsas llenas de hierbas. Después soporte los sarcasmos del chofer. Si paga una distancia menor a la que recorrerá, entonces se le bonificará…

—¡Una tostadora!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Después abrase paso a través de la gente que hará todo lo posible por no dejarla pasar. Si se desocupa algún asiento y logra sentarse… se le bonificará…

—¡Otra tostadora!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Tiene que llegar al fondo del microbús, y luego bajar por la puerta de adelante, mientras más pasajeros suben. Si lo logra hacer en menos de dos minutos, usted ganará…

—¡Un rasca-espaldas automático!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Ahora, si no lo logra en menos de dos minutos, perderá todos los premios adicionales que haya conseguido… ¿entendió?

—Sí.

—¡Bien!

—Cuenta regresiva.

—Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, ¡fuera!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—¡Y Tadifa entra en el microbús! Empieza a discutir con el chofer… se ve muy nerviosa… el chofer le ruge… y ¡le transa el pasaje!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Felicidades, Tadifa, ya ganó una tostadora.

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Y ahora se dirige a la parte trasera… tiene muchos problemas. ¡¿Pero qué pasa?!… ¡La tortearon!… y doña Tadifa se pone como fiera… pobre pervertido, ¡qué bolsazo!

—Y la señora continúa hacia la parte de atrás del microbús… ya casi llega… y ¡llega al fondo!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Empieza a dirigirse hacia el frente de nuevo… ¡y se desocupa un asiento, ¡rápido, Tadifa!… Tadifa avienta una bolsa para apartar el lugar, pero llega otra señora y se la avienta y ocupa el asiento. ¡Ni modo, Tadifa!, apúrese a salir que le quedan treinta y seis segundos.

—Ya va a la mitad del microbús… y ¡¿qué es esto?! ¡Un asaltante! ¡Y amenaza a doña Tadifa!… ¡pero qué rodillazo! Bueno, amigos, creo que eso fue todo para la descendencia del asaltante.

—¡Diez!

—¡Apúrese doña Tadifa!

—¡Nueve!

—El chofer le discute que la bajada…

—¡Ocho!

—…es por atrás!

—¡Siete!

—¡Ya casi…!

—¡Seis!

—¡¡Y lo logró!!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—¡Increíble, señoras y señores!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Felicidades, doña Tadifa, ha ganado usted ¡un rasca-espaldas automático y una tostadora!

Clap. Clap. Clap. Clap.

—Ay, muchas gracias.

—¿Está contenta?

—Sí, mucho.

Clap. Clap. Clap. Clap.

—¡Bien!

—Quisiera agradecer a todos los que hicieron esto posible…

—Sí, me lo imagino.

—En un momento regresamos…

—¡Quédense con nosotros!

Clap. Clap. Clap. Clap.

 

Hora Pico

 

Pero qué calor hace. Me sofoco. Y luego ese olor…

¿Pero es que el metro no piensa moverse?

Ya se nos hizo bien tarde. Espero que doña Tadifa no se ponga de roñosa por llegar dieciséis horas después de lo que nos dijo. Bueno, pero valió la pena.

Quedamos agotados anoche en el Pum Pum y nos quedamos dormidos. Bueno, de todos modos ya eran las cuatro de la mañana. Nos despertamos como a la una y media. Y este pinche metro que no se mueve. ¡Ya van a dar las tres!

Por lo menos estamos sentados. Y esta Secundina ya se está jeteando. Primero los cabeceos. Luego abre la bocota. Se le hace una burbuja de babas y con su respiración se infla y desinfla.

—¿Qué chingados ve?

Ah, verdad. Pinche ruco güey. Como si fuera extraño venirse jeteando en el metro.

Ya se le reventó la burbuja de babas.

¿Y esa vieja guarra me tiene que estar embarrando sus bolsas?

Vale madres. Pinche metro está hasta sus nalgas.

Y a esa chava que viene sola todos la desnudan con la mirada. Pues es que no está tan mal. Me cae que me la podría ligar mientras Secundina está jetona y no se daría cuenta. Nah, no vale la pena.

Estudia Computación…

Tu futuro está con nosotros…

Inglés… ¡rápido!

69.6 FM Radio Flash. La estación de la música Nice.

Prepa en ocho meses… tal vez.

Vota por el PPP…

Pastillas de próstata de tiburón. ¿Para impotencia sexual…? Ahora me caería bien algo de eso… Me duelen las bolas. La Sexy Sec me las aplastó gacho.

Y mi cabeza… A Sec parece que le duele más. Creo que no debimos de haber tomado tanto Jimador con metanol. Ya no vuelvo a tomar… de esa cosa… hoy…

TRIIII…PAC.

Vaya, hasta que nos vamos.

TRJJJ…PUM.

Vale madres. No otra vez.

TRIIII…PAC.

A ver si ahora sí.

TRUUUUUU…

Ya era hora.

TRDDDDDRFFFF.

Vale doble madres. ¿Qué alguien se suicidó? ¿Por qué no se suicidan cuando ya van a cerrar el metro? Siempre en horas pico. Si viera al cabrón. Lo revivía, le ponía una putiza y le enseñaba a suicidarse sin estar chingando al prójimo. ¿Porqué no se ahoga en su escusado?

TRUUUU…

¡Nos movemos, nos movemos!

—¿Ya llegamos? —Hasta que despierta.

—Faltan una estación.

—¿Apenas llevamos dos? —Nos hubiéramos ido caminando. —Pero no querías tomar la pesera, ¿verdad Cha Cha Chacotito? —No me lo recuerdes.

—Pero en pecerda es peor. Si aquí hace calor… imagínate con el solezote. ¿Y si nos toca manifestación? Mejor vámonos a vivir a Pachuca. Le caemos a mi tío Ezapio.

—No inventes.

—Si ni salgo de la Prepa, ¿cómo quieres que invente algo?

—Ay, cállate.

—Mejor cállame.

SMMMMACK.

Mejor, mejor…

TRIIII…PAC.

Vale madres otra vez.

—¿Qué crees?

—¿Qué?

—Que ya nos pasamos.

—Aaaaaay, oyes. Mi madre me va a matar.

—Quién sabe si esté en tu casa. Tal vez se fue con una comadre y ya ves cómo se tarda. Y tu padre ha de estar… ¿trabajando?

—Ya vámonos.

—Con sú-per. —Quítese vieja bruja.

Y me tengo que andar embarrando del sudor de estos cabrones.

TRJJJ…PUM.

Puf. Aire…aire al fin. Ay qué güeva, ahora subir escaleras.

—¿Me cargas?

—Sí, cómo no.

—Entonces púdrete.

Definitivamente está gruesa la cruda de Jimador con metanol.

Y ahora de aquí a que pase el otro metro…

"Los Charales Asesinos"

—¿Me llevas a verla?

—¡NO!

—¿Y esta?

—¿"Porros contra Juniors"? Ni madres.

—Me dijeron que estaba buena. Es de los que hicieron "Narcos contra Judiciales".

—¿Y quién te dijo?

—Romaria.

—Pues tu amiga tiene pedos muuuuy serios.

—Hhhm.

TRALALALALALALÁ TRALALALALALALÁ.

—¡Chale! ¿Qué clase de música ponen en las estaciones?

—Vieja, muuuy vieja. De hace unos sesenta años, yo creo.

—No tienen consideración por uno…

—No.

—Y luego que porqué se suicida la gente…

Así hasta a mí me entran ganas de aventarme a las vías.

Ahí viene el metro…

TRJJJ…PUM.

Este también está hasta sus naves.

TRIIII…PAC.

Me siento como en el arca de Noé. Dos animales de cada especie… ¿en un barquito? Yo creo que también estaban bien puchurrados.

—¿Qué crees?

—¿Qué?

—Que te odio.

—Oh, sí creo que tienes razón. —Ññññññññññ ratatatata pujjjkputk. El avionazo.

TRJJJ…PUM.

¡Vámonos de aquí!

Y las escaleras eléctricas tenían que estar jodidas.

Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum.

Puf, qué güeva.

"VIOLÓ Y ASESINÓ A SU GATO"

Chale. ¿Qué es lo que está mal? ¿La gente, el periódico, o la gente que lee ese periódico?

Uuuuuy, ahorita el sol está… cañón.

Pero la casa de Sec ya está cerca.

¡Una tienda naturista!

—Espérame tantito, Sec.

Espero que tengan…

—Me das unas pastillas de próstata de tiburón.

—Dieciocho cincuenta. Tómese dos antes de cada acto. Recibo veinte. —Sé cuanto te di, cabrón. —Uno cincuenta de cambio. —Y sé restar, eh. —Gracias por su compra, vuelva pronto. —¡Que te folle un coatí!

Como hay gente…

—¿Qué compraste?

—Cositas… tomate cinco. —A ver… —Ten. —Ahora yo unas ocho…

Saben a croquetas para perro…

Pinche sol…

—Vámonos por la sombrita…

Pinches coches, llevan prisa, no nos dejan cruzar la calle. Y luego por qué explotan.

Y este sí nos deja pasar. Qué se me hace que es puñal, mira cómo se me queda viendo.

Pinche banqueta, está llena de mierdas de perro. Uno tiene que andar esquivando las chingaderas.

Y las limpian y al día siguiente otra vez parece establo.

Ya llegamos…

Y ahora a subir todavía más escaleras…

Espero que no salgan las vecinas chismosas a ver con quién llega "la hija de doña Tadi".

Otro piso más…

—¿Ya llegamos?

—Ya…

Ñññññiq…

—¡¿No hay nadie?!… No hay nadie, Chac.

Aaaa. No me digas.

—Te dije que tu madre se iba a ir de lenguas largas.

—Espera, me dejó un recado… Que iba con mi abue y regresaba antes de las dos.

—Pero si doña Arúgula vive a dos estaciones de metro… Le tocó también la hora pico…

Creo que sí sirven las pastillas de próstata de tiburón, ya me están haciendo efecto…

—No sé tú, Sexy Sec, pero yo…

Me encanta cuando avienta su ropa…

 

Gígolo

 

1

El Lic. Inodoro Apañón, regresando de un cansado viaje de negocios en Cancún, entra en su oficina…

—Buenos días, Begonia.

—Buenos días, Licenciado.

—Buenos días, Panoja.

—Buenos días, Licenciado.

—Buenos días, Garrancha.

—Buenos días, Licenciado.

—Buenos días, Peonía.

—Buenos días, Licenciado.

—Buenos días, Glicinita.

—Buenos días, Licenciado.

Después de saludar a la última de sus secretarias , don Inodoro entra en su despacho, seguido de la señorita Glicina, esta última cerrando la puerta.

—¿Me extrañaste, Glicinita chula?

—Sí, Inodoro.

—¡Ya te dije que me hables de usted!

—Perdón don Inodoro.

—Mejor dime Licenciado, que me costó mucho mi título.

—¿Cuántos años le tomó, Licenciado?

—¿Años? No, me costó quince mil pesos afuera de la Delegación.

—Ah.

La señorita Glicina se cohibe ante la mirada paletosa de don Inodoro. Este rodea el escritorio riendo como jabalí mientras la señorita Glicina huye soltando grititos. Don Inodoro la alcanza y la sujeta firmemente por el talle, mientras su hocico coronado por sus bigotes de morsa buscan los finos labios embarrados de bilé de la señorita Glicina.

—Pero Licenciado…

—Dime Lic.

—Suélteme.

—¿Pero qué tienes, Glicinita chula?

—De seguro anduvo usted coqueteando con las turistas por allá.

—No, no llevaba tanto dinero. —Nótese que no se menciona el coqueteo con las féminas locales. —Además yo sólo te quiero a ti.

—¿De veras?

—¡Claro!

La señorita Glicina no nota el gesto hipócrita de don Inodoro. Éste pasea sus sucias y gruesas manos por las asentaderas y alrededores de la señorita Glicina, arrugándole el vestido; mientras la besa vorazmente y le embarra el rostro de babas sabor nicotina. Don Inodoro, color jitomate, se desprende del rostro de la señorita Glicina para tomar aire. Al recuperarlo desabotona tres botones del vestido azul marino con florecitas blancas de la señorita Glicina y torpemente besa la lencería negra y vecindades que sostiene parte de los atributos de la señorita Glicina, tornando la lencería un tanto brillante y resbalosa.

En eso entra en el despacho la señorita Peonía. Don Inodoro y la señorita Glicina tratan inútilmente de disimular su situación, mientras se reacomodan y desarrugan su ropa.

—¿Pero por qué no toca antes de entrar, Peonía?

—Disculpe, Licenciado, pero le llegó este fax.

—A ver, trae acá.

Don Inodoro lee el fax, su rostro ensombreciéndose más cada línea que lee.

—Sí, gracias, Peonía. Te puedes retirar. Tú también, Glicy.

—Sí, Licenciado.

—Sí, Lic.

 

2

Al "coffee break"…

El Licenciado Apañón se acerca sigilosamente a la cabellera oxigenada de la señorita Glicina…

—¿Glicinita?

—Dígame, Lic.

—Te espero a la salida.

—Está bien, Lic.

 

3

A la hora de la salida, la señorita Glicina espera al Licenciado Apañón en el estacionamiento subterráneo del edificio junto al hojalateado automóvil de este.

Las puertas del elevador se separan para abrir paso al prominente y convexo estómago de don Inodoro. Su inmundo traje a cuadros con manchas de grasa, su camisa deshilachada con botones a punto de saltar y su corbata que alguna vez fue roja y dorada lo adornan.

Don Inodoro se acerca a su automóvil y le abre la puerta a su secretaria, la señorita Glicina. Le da la vuelta a su automóvil y ocupa el asiento del conductor. Arranca el automóvil y circulan por las calles de la ciudad sin dirigirse palabra.

El automóvil se detiene…

—¿El Pum Pum?

—Disculpa, Glicinita chula, pero es que ando muy apretado de dinero.

La señorita Glicina se imagina regiones de la anatomía de don Inodoro que están más apretadas. No obstante, penetra detrás de él en el motel Pum Pum.

 

4

La señorita Glicina y don Inodoro entran en la obscura y mal decorada habitación…

—…ya me lo decía mi cuñado Odilón el otro día en la cantina.

—¿Don Odilón Gómez?

—Sí, Glicinita. ¿Por qué preguntas?

—No… por nada.

El rostro de la señorita Glicina se torna violeta-purpúreo de vergüenza al recordar sus aventuras con don Odilón en este mismo motel.

Don Inodoro no lo nota ya que está probando la rebotabilidad del colchón. Es buena, muy buena; aunque haga más ruido que una tortillería.

—Ven acá, Glicinita chula…

La señorita Glicina se acerca a don Inodoro inocentemente.

—Mira, Glicinita, que me quedé con ganas en mi despacho. Pero Peonía me las va a pagar.

—Ya no piense en eso, Lic.

—Tienes razón, Glicinita.

Don Inodoro reanuda la práctica que se vio forzado a interrumpir en su despacho. Le desabrocha el vestido azul marino con florecitas blancas y éste va a parar encima de una lámpara.

La señorita Glicina muestra sus varios y generosos atributos adornados con su lencería y medias negras. Don Inodoro se quita su horrible saco y lo acomoda en una silla. Luego se desabrocha el cinturón imitación piel de víbora, que parece siempre que está a punto de estallar. Se baja sus pantalones caquis y éstos se le atoran en los tobillos. Torpemente se agacha para quitarse sus zapatos recién boleados, mientras la señorita Glicina yace como un manjar despreciado en un banquete. Finalmente don Inodoro logra zafarse de sus pantalones, mostrando sus calzones guangos y estirados por tantas lavadas. Se dispone a quitarse sus apestosos y agujereados calcetines, cuando la señorita Glicina admite:

—Me tengo que ir temprano, Lic.

—No te preocupes, Glicinita chula. —Contesta don Inodoro mientras interrumpe la desagradable tarea de quitarse sus calcetines y coloca su obeso cuerpo sobre el semidesnudo de la señorita Glicina.

Sin maestría alguna, le zafa el sostén con encajes a la señorita Glicina. Embarra sus bigotes de morsa en los senos de la señorita Glicina, mientras ésta finge excitarse.

Don Inodoro se dispone a quitarle las diminutas bragas a la señorita Glicina, que entre estas y su liguero deja entrever algo de su vello púbico. Don Inodoro se escandaliza al notar la diferencia de color entre estos y la oxigenada y entubada cabellera de la señorita Glicina.

—Pero… Glicinita chula, ¿acaso te pintas el pelo? —cuestiona don Inodoro incrédulo.

—¿Qué no se había dado cuenta, Lic.?

—Es que las otras veces estabamos a obscuras y no se veía nada.

Al notar la contrariedad de don Inodoro la señorita Glicina presiona el interruptor eléctrico y la habitación queda a obscuras. Don Inodoro se incorpora para quitarle las suaves medias a la señorita Glicina, cuando su calcetín se atora entre los pliegues de las sábanas y va a parar con la frente por delante hasta la cómoda, en donde rebota, y cae inerte al suelo.

Un hilillo de sangre sale de la frente recién injertada de cabellos de don Inodoro. En la penumbra, la señorita Glicina, aterrorizada, se pone de pie y se lleva las manos a la boca. El silencio en la habitación es tal que se puede oír como si hubiera tortillerías y carpinterías en los cuartos aledaños.

La señorita Glicina sale corriendo del cuarto, sin darse cuenta de la poca indumentaria que dispone. Un borracho la ve y le grita refiriéndose a sus atributos:

—¡Qué chotas!

La señorita Glicina advierte su situación y da media vuelta, corriendo a saltitos de regreso a la habitación mientras sus carnes se tambalean deliciosamente. El borracho al notar su prominente trasero exclama:

—¡Y qué naves!

Cuando la señorita Glicina llega a la puerta de la habitación, se encuentra conque esta está cerrada, y por supuesto, ella no lleva consigo la llave.

—No abre. —Dice para sus adentros.

—Yo le abro lo que quiera. —Dice el borracho, muy falto de galantería.

Debido al comentario del borracho, las glándulas suprarenales de la enfurecida señorita Glicina expulsan a su torrente sanguíneo alarmantes dosis de adrenalina, lo cual le permite a la voluptuosa señorita Glicina tirar la puerta de una patada y al borracho asombrarse aún más de los atributos de la inefable señorita Glicina.

Una vez, adentro, la señorita Glicina presiona de nuevo el interruptor eléctrico y la luz invade la recámara de nuevo, mostrando el inerte cuerpo de don Inodoro tirado junto a la cama, bañado en un charco rojo, presumiblemente de sangre.

La señorita Glicina, temblándole las manos, se coloca de nuevo su sujetador, su vestido azul marino con florecitas blancas y sus zapatos de tacón. Toma la llave y sale volando del cuarto.

Al pasar junto al borracho, la señorita Glicina se sonroja y el borracho sonríe maliciosamente al recordar la escena que acababa de presenciar.

La señorita Glicina baja apresuradamente las escaleras, llega más pálida que la nieve a la recepción y grita:

—¡Una ambulancia, rápido! ¡Una ambulancia!

El recepcionista, desvelado y acostumbrado a escenas similares, tranquilamente marca el número de emergencias.

 

5

En la Clínica San Chichón se recupera don Inodoro. La señorita Glicina entra en el cuarto donde se convalece don Inodoro y encuentra en él a don mujeres jalándose las cabelleras. Don Inodoro exclama sin fuerzas:

—Por favor, muchachas, no se peleen por mí…

La señorita Glicina se sorprende al comprender que ella no es la única querida de don Inodoro y susurra:

—Pero… me engañaste, cabrón.

Las mujeres interrumpen su tarea al ver que ha llegado una tercera mujer engañada. Y fijan su odio en dirección de don Inodoro. Éste se defiende:

—Pero no hay porqué ponerse así…

En eso, entra en el cuarto la prominente doña Ebúrnea Gómez de Apañón, más pálida que el marfil. Al ver a su marido acompañado de tres guapas desconocidas, se dirige a él sin dirigirles mirada a las mujeres.

—¿Qué hacen ellas aquí, Ino?

—S…sson mis empleadas, mi vida… mi secretaria, mi… contadora…

La "contadora" interrumpe:—Basta de pendejadas, imbécil. Todas somos sus amantes, señora.

Doña Ebúrnea no se sorprende en lo absoluto y trata de controlar su ira.

Don Inodoro trata de justificarse:

—No tienen porqué enojarse… la naturaleza nos hizo a ciertos hombres polígamos. Por ejemplo, los leones sanos tienen su harem. Los débiles no se reproducen y así se mejora la especie. Lo mismo pasa con los árabes. El que hayamos hombres con el impulso natural de mejorar la especie no tiene nada de malo. Es lo más natural del mundo…

Doña Ebúrnea mira a las tres mujeres engañadas y lee en sus rostros su apoyo a sus siniestros pensamientos. Toma una almohada y se acerca impasible a su incómodo marido…

¡Hay una mosca en el pastel!

 

1

Estamos en la boda de Epiglotis Rojas y Príapo Meneo. Es la primera vez que veo a El Chacote entacuchado (aunque se le sale la panza entre los botones y su corbata está toda raída y ya se la embarró de ensalada rusa. Qué comidas tan desagradables dan aquí. Se me antojan unas gorditas de…) Bueno. Retomando el hilo, Epiglotis y Príapo se casan después de mes y medio de novios. Lo curioso es que a Epi ya se le ve una panzota como de cuatro meses.

Ayyyy, la culeee-bra…

Y luego esta música ya pasó de moda…

—¡Ayyy, ca…!

—Perdón, Sec.

Chacote imbécil, fíjate dónde pisas. Mejor voy a chismear.

—Espérame. Ahoritita vengo…

Ahí están con Epi Prosapia y Alcurnia Del Nabo.

—Hola manas.

—Uuuuy qué elegante.

—Gracias, Prosapia. —Vieja hipócrita. A ver si para la otra le quita la naftalina a sus…

—Hola Secundina… (Smack).

—Hola, ¿cómo te va?

—Pues bien. ¿Ya viste a los Gijón?

—No, ¿qué con ellos?

—Están guapísimos. —¿Guapos? Si tienen los dientes más grandes que un jamelgo. Lo que le importa a ésta es su cartera. Sí, como papi tiene su cadena de tiendas de armas… —¡Ahí vienen! —¿Cómo es que puede gritar a un volumen tal que sólo nosotras la oigamos?

—Hola… Badulaque... (Smack), Botarate… (Smack), Zascandil… (Smack).

—Hola chicos.

—Ehh, ¿quieren bai-lar? —Pobre estúpido.

—Este… tengo que ir para allá, nos vemos. —Pobres idiotas, ¿y qué me ven esas arpías oxigenadas? Por lo visto los Gijón quieren conmigo y no con ellas, ya que no quisieron bailar con ellas. Pero si Prosapia está decidida…

 

2

Maldita Secundina, como ya tiene quién le haga el mandado… ¡pero éste no se me escapa!

—Bohtara-te. —Si la insulsa de Alcurnia no se pone las pilas, no es mi problema.

—Ehh, ¿sí, qué pasa?

—Ven tantito.

—Ehh, ¿adónde?

—Ven, necesito tu opinión.

—Ehh, bueno.

Qué manos tan fuertes tiene…

Lo bueno es que todos están viendo a los novios… ¡imagínate si no!

—Ehh, ¿por qué en el baño?

—Ve-en.

—Ehh. —Sólo cierro con seguro…

—Dime… ¿soy guapa?

—Ehh… , mmmh… ehh… ¡Sí! Sí, sí, claro.

—¿Teh… gusto?

Si mis senos no lo convencen, es que es puñal.

—Ehh, ¿Acaso no saliste en la página 3?

 

3

No hay duda. Dios los hace y ellos se juntan. Prosapia y Botarate despeinados saliendo del baño. Ella Con las medias y el vestido arrugado y cara de insatisfacción y decepción precoz. Él con la camisa saliéndole por la bragueta y lápiz labial en el cuello y en… ¿sus chones? … Ah, no, es que son de bolitas. ¿O no…? ¿Quién sabe?

Lo que es estar urgida. ¡Qué vergüenza!

Y este Chacote chupa que chupa… esperemos que no guacarié.

Mejor voy con los novios…

—¿Qué hay en medio del mar? —Oh, no. Otro chiste de Epiglotis…

—Bueno, depende, ya que tienes que tomar en cuenta las mareas, que cambian las orillas y por lo tanto…

—No. ¿Qué hay en medio del mar? —Hmm, ahí están platicando Alcurnia y Prosapia… muy sospechosamente.

—También las olas cambian los límites del mar. Pero con una triangulación de Gauchy… —¿Qué pex con el Príapo? Creo que estudió con jesuitas o algo así. —podríamos determinar la ecuación diferencial que nos…

—La "A". —Silencio total… risas hipócritas. Creo que Príapo ya se está dando cuenta a dónde fue a meterse… mejor me voy a la mesa…

—¿Y entonces te contrató un Sheik?

—Sí, el Sheik Yerboutti. —¡Pero qué estupidez!

Bien… ya traen el pastel.

¿Alcurnia con Zascandil? ¿Seguirá los mismos pasos que su hermana…? Parece que sí, se dirigen al baño igualitos… tomados de la mano… esperemos por el bien de Alcurnia que sea más hombre que su hermano… ¡Bajan! Qué estúpido, del mantel. ¡¡Y el pastel encima!!

 


1 Shake your butty = Sacude el bote


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