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Cuentos

 

 

Medieval

 

El sol despeja la neblina matutina en el campamento. Dispóngome a ir a Sevilla y espero llegar antes del anochecer. Enfundo mi espada y preparo mi equipo para partir. "Nuestro Señor Todopoderoso nos ha otorgado un buen día para viajar", dígome. Mi armadura brilla con los rayos solares y deslumbra a mi magnífica yegua Dulcinea. Tómole las riendas y prepárome para cabalgar, cuando escucho un susurro detrás de mí y siento el frío metal de una hoja bien afilada. "Un sarraceno", pienso. Díceme: "Ora sí, cabrón, ya te cargó, dame tu cadenita". Por la forma de hablar con respecto a mi Cruz de San Gabriel de oro puro coronada con un rubí en el centro, dada por Su mismísima Majestad el Rey Fernando, en recompensa por la batalla de Navarra; pienso que definitivamente es un sarraceno prófugo de la expulsión de los moros (aunque nunca he visto a ningún moro). Rápidamente tomo su mano y rómposela en medio de maldiciones suyas. Tomo mi espada y atraviésole la garganta, callándosela para siempre. "Ya no volverá a blasfemar", pienso. Tomo a Dulcinea y emprendemos la marcha. El camino es muy bueno, y de pronto veo algo que sorpréndeme en mucho y en demasía: un aviso con el nombre de Su Majestad la Reina Isabel "la Católica", pero no con el escudo de Castilla, sino con un extraño barco o carabela blanco en un fondo rosado, surcando los mares. La madera es sumamente extraña, tal vez del nuevo continente. El aviso marca la entrada a un calabozo, al cual dispóngome a entrar. Dejo a Dulcinea en un extraño árbol con sólo una rama y una fruta extraña, blancuzca, en el extremo de la rama. Adentro hay pinturas semejantes a la del barco, pero con nombres extraños y desconocidos para mí, excepto el de la ciudad de Zaragoza, con un escudo de un jinete; y el de la ciudad de Sevilla, con la silueta de un acueducto. Figúrome que este calabozo podría tener comunicación con estas ciudades, y dispóngome a averiguarlo. Acércome a un plebeyo dispuesto a desenmascarar la verdad y averiguar si la naturaleza de este recinto es santa o diabólica. "Disculpe, buen hombre, ¿por casualidad conoce usted si esta gruta tiene comunicación con la gran Sevilla?". La respuesta déjame estupefacto. "Pinches gringos borrachos". El insolente sigue su camino, y decídome a hacer averiguaciones por mi persona. Ajústome el casco y penetro aún más en el siniestro túnel, con antorchas blancas como la nieve o las nubes. Tal vez es morada de brujos que vilmente utilizan el nombre de nuestra reina para encubrir sus misas negras. Desenvaino y acércome a una reja pálida de poco más de una vara de altura. La salto fácilmente. Un extraño bufón con vestido azul, sombrero ridículo y un mazo pequeño, díceme: "Su boleto, joven". ¡Por mis barbas! En verdad esta es una cueva de dementes y adoradores de Satanás. Como buen cristiano atraviésole el vientre al pobre loco y así eximo sus pecados. Llego a una bóveda más amplia, también iluminado con extraños fuegos, pero en sus extremos hay prolongaciones de la caverna en una obscuridad mayúscula. Parece un camino para carretas, en el cual pueden pasar fácilmente dos al mismo tiempo, o una compañía de a caballo de seis en fondo. Diríjome hacia la parte obscura de la cueva, la oeste; y si mi orientación no me falla, esta llevaríame a Sevilla. Escucho un estruendoso rugido y diviso un enorme dragón naranja sin alas, con un tatuaje que dice Pantitlán en la frente. Sus ojos echan fuego. Lánzome espada en mano hacia la monstruosidad, que hace un rechinido ensordecedor. Hay un pobre ya en sus fauces. "Libraré al reino de la bestia", pienso al encajar mi espada en sus narices. El monstruo rompe mi espada, caigo al suelo y este pasa sobre de mí...

 

La Mente del Dragón

 

Han pasado centurias desde la última vez que vi otro dragón. Entonces mis escamas todavía eran azules como la turquesa. Ahora están pálidas y grises como la ceniza.

Ultimamente, me cuesta mucho trabajo volar. Mis alas cada día están más débiles.

La soledad invade mi cueva y ni mis tesoros me distraen siquiera de la pena que me envuelve.

Y ellos tienen la culpa. Los hombres nos exterminaron.

Grykia. Estaba a punto de poner un huevo. Su suave piel roja, encendida como las llamas, su dorso irisado, y sus ojos más brillantes que el sol. Salió a cazar al bosque de Whithrul y nunca regresó.

Desde entonces cada vez que cazo me hago invisible. Lo único que me queda: la magia y la mente. Lo que los hombres nunca podrán tener. Creen que saben mucho pero nunca podrán comprender al mundo ni a ellos mismos.

Su visión es tan pequeña, y el universo tan grande.

Para ellos la vida todavía tiene sentido. Su vida es una eterna lucha por conquistar lo imposible, aunque no se de cuenta de ello. Para mi raza, para mí, ya no hay más porqué vivir. Nuestro círculo se ha cerrado, y es tiempo de morir.

Los humanos son tan extraños. Tienen prisa por vivir, miedo de morir. Y lo que viven lo desperdician al no poder sentir. Es su motivo para vivir: desconocer su motivo para vivir.

Espero el fin de mis días como todos nosotros hemos vivido. Sabemos para qué vinimos y nuestro tiempo ha terminado. Hemos vivido como sabíamos que íbamos a vivir y sé cómo viviré lo que me queda por vivir.

 

El Templo de los Hombres Alados

 

Vuelo sobre el mar espumoso, azul, agitado y profundo. Las olas rompen contra las cinco pirámides cubiertas de vegetación, rodeadas por el mar. La ceremonia da inicio. Los hombres de la pirámide central, de base cuadrada, con algunas escaleras talladas sobre la roca, se disponen a encender el fuego. Los hombres de las cuatro pirámides, de base trapezoide, también talladas sobre las rocas, cuyas bases mayores dan a las esquinas de la de base cuadrada, se preparan a derramar su sangre. Cada pirámide representa cada destino: al noreste la soledad, al sudeste la satisfacción, al sudoeste la tragedia, al noroeste la indiferencia, y en el centro la tranquilidad.

Al norte se encuentra en tierra firme el Templo. El camino va recto desde la playa, a poca distancia de las pirámides, alineado con la central, hasta las puertas del Templo; recorriendo unos trescientos metros. Su loza gris refleja los rayos del sol. A los lados del camino hay palmeras alineadas, unas seis veces más grandes que las palmeras normales y de una altura similar a las paredes del Templo, cubriendo desde donde estoy (al sur de la pirámide central) el Templo con excepción de parte de la fachada y de la cúpula dorada. La espesa vegetación a los lados del camino también cubre la visibilidad del Templo.

Los hombres en las pirámides periféricas se abren el antebrazo izquierdo con un diente de narval. Su sangre corre hacia la pirámide central. Llega al mar y se mezcla con el azul. Las olas depositan la sangre en la pirámide central, apagando el fuego. El fuego se enciende en el interior del templo. Me dirijo con las piedras a la pirámide central. Las cubro con las cenizas y vuelo a la playa. Camino con las grandes palmeras a mis costados. Sus grandes hojas se alcanzan a tocar en las alturas, dando sombra en algunos sitios. El aroma marino se mezcla con la frescura de la sombra de las plantas. Veo a lo lejos la entrada del Templo. A sus lados están los nichos con los leones alados de piedra.

Subo los ocho escalones antes de penetrar en la obscuridad de la gran bóveda rectangular, que el fuego en el centro no alcanza a despejar. Las puertas se cierran a mis espaldas. Coloco las cinco piedras en el fuego, de donde saltan chispas rojas hacia las alturas.

Los hombres se pegan a las paredes, y yo a las puertas.

Entre el gran pulpo cobrizo del fuego se abre el portal.

Un minúsculo punto en el centro del fuego ilumina todo el Templo. Este va creciendo y haciéndose cada vez más luminoso.

Él está aquí. Sus largos cabellos más blancos que el blanco rodean sus dieciséis cuernos que lo coronan. Sus globos oculares más verdes que las hojas con pupilas más rojas que la sangre nos miran a todos y a ninguno al mismo tiempo.

Despliega sus viejas alas y con ellas apaga el fuego. Pero la luz no se va. Es como si el día hubiese entrado en el templo junto con él. De toda su piel se irradia algo más brillante que el sol, forzándonos a cubrir nuestra visión.

Él ha venido a vengarse de quienes lo desterraron. El brillo crece. La luminosidad se hace cada vez más insoportable.

¿Pero qué hemos hecho? Ahora ya es demasiado tarde…

 

La Penúltima Tarde de Grykia

 

¿Pero es que los humanos no pueden mantener el boca cerrada mientras se aparean? No lo puedo creer. Estos seres ignorantes de su propia existencia se perfilan para dominar el mundo. Nuestra especie está condenada. Aunque pronto tendré un huevo de Khärlhyl, cada vez somos menos en este mundo.

Y ese par humano, ¡qué alteraciones sufre a efecto de su cópula!

Ya no es posible cazar a gusto en estos bosques. Los humanos lo invaden todo. Esa pareja hace demasiado ruido. Así cómo podré cazar a gusto.

Y ya extraño volar. Antes los humanos nos temía. Ahora nos atacan tenemos que escondernos, usar magia. A mí eso me da mucha flojera. Lo que tenemos que hacer para sobrevivir. Y lo peor, como dice Khärlhyl, es que ni se dan cuenta de ello. No saben porqué están vivos. El futuro está escrito, sólo que nosotros ya lo sabemos y ellos parece que están ciegos… ¡¿Qué esos dos nunca van a parar de fornicar?!

Hhhhm. Huelo una presa. Pero se confunde con todos los olores que desprenden ese par de individuos.

Y tampoco entiendo cómo es que son tan inútiles. Son de las especies más desarrolladas, cuando desaparezcamos nosotros el más, y ni siquiera me huelen u oyen. Están más sordos que Arkha la montaña.

Pero, ¿qué es lo que pasa con los más desarrollados? No podemos vivir solos y no podemos vivir en sociedad. Las bacterias pueden vivir solas, nosotros necesitamos amar a alguien. Los humanos quién sabe. Si nosotros no lo entendemos, ellos menos. Las hormigas, las abejas tienen una sociedad casi perfecta. Nosotros tenemos diferencias, pero ponemos distancia entre los otros dragones y nosotros. Los hombres dan lástima, exterminándose con su propia multiplicación. Y de paso exterminándonos con su ignorancia.

¡¡¡Ya me harté con esos dos!!! Ya que no me dejan cazar a gusto, me voy a dar un gusto en cazarlos…

Oh, qué placer…

Margarita resultó ser más ardiente y menos tímida de lo que suponía. Ohhh, mujer salvare, qué dicha tendría su marido cada noche… aunque al viejo Jacob ya ni le ha de servir. Tal vez por eso Margarita está abajo de mí…

Wenceslav es todo un semental… no se puede ni comparar con el frío y triste de mi marido. Ahhhh… ¿pero qué no piensa terminar nunca?

La cena está próxima…

Ya casi…

He he…

—¡AAAAAA! —¡Un demonio!

—Sí, querida, ya casi…

—¡AAAAAA! —¡¡¡¡Un dragón!!!! —¡Imbécil, un dragón!

—¿Ehh?… —¡Madres!

Pobres ilusos… ¡Ñam!

—¡AAAARRGGHHhhh!—¡No siento mis piernas!, la vida se me escurre… sus fríos dientes en mis entrañas…

Wenceslav… no puede ser…

Mmmmm, rico… ahora tú, pequeña…

Está atrás de mí, atrás de mí…

¿A dónde vas?

—¡¡GROOOAAAR!!

—¡¡¡AAAAAAAAaaaaa!!! —Se quema mi piel, creo que mis ojos estallaron, no puedo ver, la sangre me hierve… ¡Noooo!…

Hhhhmmmm… saben mejor si no están agitados…


Cuentos, poremas y una novela

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